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La Patagonia Rebelde (página 2)




Enviado por nosotros6



Partes: 1, 2

La burguesía nacional, cuando estuvo en el
gobierno, por un lado luchó contra enemigos y por el otro
lado, muchas veces terminó siendo cómplice,
avalando la represión o reprimiendo.

Esta política posibilitó los golpes de
Estado en 1930, 1955, 1966 y 1976; que sirvieron a las clases
dominantes para recuperar el gobierno e imponer por la fuerza de las
armas su
política imperialista.

La organización de la autodefensa armada de
masas en este período ha dejado grandes enseñanzas.
Pero tuvieron un carácter
defensivo de su objetivo.
Carecieron de una dirección revolucionaria que apuntara a
construir las milicias y otras formas de organización
armada propias de un plan de ofensiva
revolucionaria con objetivos
claros. Esta falta de organización y preparación se
manifestó en cada uno de los momentos en que la lucha de
clases llegó a su máxima confrontación y se
debía pasar de la ofensiva, al asalto al poder.

En lo que se refiere a los inconvenientes que
acarreó la Primera Guerra
Mundial, podemos destacar la escasez de alimentos,
carestías y salarios bajos.
Hubo grandes huelgas, y la situación social estalló
en enero de 1919, dejando un saldo trágico de muertos y
heridos. En la Patagonia se desató un conflicto en
1920, que culminó con fusilamientos de huelguistas
dispuestos por el coronel Varela, enviado a poner orden en la
zona. La economía se fue
normalizando en la posguerra. En las Universidades, estudiantes y
profesores fueron ocupando posiciones toleradas por el gobierno.
No obstante todos estos problemas, la
política, el personalismo y la conducción de
Yrigoyen se esforzó siempre por afirmar la democracia y
la conciliación social.

El Drama
Patagónico

Desde 1917, con grandes huelgas como la de los obreros
ferroviarios, de la carne, azucareros tucumanos, etc., un nuevo
período de auge sacude a la Argentina. Esta oleada de
luchas obreras alcanza su pico más alto en la segunda
semana de enero de 1919. La lucha por salario,
condiciones y tiempo de trabajo
de los 800 obreros de los Talleres Vasena es reprimida
violentamente por la policía, dejando un saldo de 4
muertos y 30 heridos. Esta represión pone en pie a los
trabajadores y el pueblo de Buenos Aires
.

El gobierno de Yrigoyen reprime sangrientamente la
sublevación popular. El ejército entra en la
ciudad; se arman grupos civiles de
la oligarquía que asaltan locales e imprentas obreras y
realizan "razzias" en los barrios obreros con un saldo de entre
800 y 1.500 muertos -según las fuentes
diplomáticas de la época- y más de 4.000
heridos, incluyendo mujeres, ancianos y niños.
Genocidio sólo comparable a los de Rosas y Roca
contra los indios, que pasará a la historia oficial con el
nombre de Semana Trágica.

Pese a la masacre, los ecos del levantamiento obrero y
popular de la Semana de Enero de 1919 llegarán hasta los
más apartados rincones, conmoviendo a los explotados y a
los "explotadores" de esos imperios latifundistas del norte y del
sur argentinos.

En 1920 hubo una nueva y prolongada huelga de
marítimos, que fracasó. Pero ya para entonces se
sentían los primeros indicios de malestar en el sur de la
Patagonia, que en 1921 y 1922 tendrían un trágico
desenlace.

Los grandes stocks de lana, acumulados al terminar la
guerra por
falta de compradores, fueron el desencadenante de los sucesos de
la Patagonia. Una gran crisis se
destruyó sobre los estancieros, los comerciantes y, sobre
todo, los peones, que vivían y trabajaban en condiciones
inhumanas.

Activados por dirigentes anarquistas de Río
Gallegos, los peones rurales empezaron a manifestarse en el
invierno de 1920. A fines de ese año, y comienzos de 1921
se generalizó la huelga en el
territorio de Santa Cruz, y algunos grupos ocuparon
estancias y tomaron rehenes. Las denuncias de la Sociedad Rural
local y las exageradas informaciones publicadas por la prensa de Buenos
Aires movieron a Yrigoyen a enviar al coronel Héctor B.
Varela con efectivos de Caballería a poner orden en la
zona. El coronel Varela logró que las partes en conflicto
llegaran a un acuerdo pacífico, que reconocía la
mayor parte de los pedidos de los huelguistas.

Comenzaron las huelgas, y con ellas el maltrato
amarillista de la prensa oligarca
en Buenos Aires, denunciando situaciones gravísimas en
donde exigían al gobierno nacional evitar los avances de
"forajidos y delincuentes, con feroces anarquistas a la cabeza,
600 de ellos armados, envalentonados por la pasividad oficial",
según La Prensa.

El 29 de enero llega a Río Gallegos el gobernador
titular Izza, quien había sido designado por los
estancieros como árbitro del conflicto. Varela desembarca
en Santa Cruz junto a sus soldados tres días
después, el 1° de febrero. Luego de realizar algunas
inspecciones personales, Varela comprobó que los grandes
diarios habían deformado los hechos. Se dirigió a
Río Gallegos para entrevistarse con Izza,
manifestándole sus intenciones de solucionar el pleito
pacíficamente.

Al llegar el verano de 1921 el conflicto volvió a
estallar, pero ahora con mayor irritación. Grupos de
delincuentes infiltrados entre los huelguistas cometieron
desmanes que se atribuyeron a los trabajadores; éstos,
convencidos de que los patrones no cumplirían nunca lo
prometido, dieron a su protesta una mayor violencia. El
coronel Varela, a su vez, creyendo haber sido traicionado por los
huelguistas y sospechando que el gobierno chileno estaba
detrás del movimiento, se
atribuyó poderes que nadie le había otorgado y se
lanzó a una represión indiscriminada. Decenas de
huelguistas fueron fusilados, muchos fueron reintegrados por la
fuerza a las
estancias y algunos debieron escapar rumbo a Chile.

En Buenos Aires los sucesos de la Patagonia tuvieron
repercusión en el Congreso pero no se investigaron a
fondo. Sólo los anarquistas clamaron por los masacrados de
la Patagonia y juraron venganza contra Varela, quien más
tarde fue asesinado por un joven alemán, muerto, a su vez,
por un miembro de la Liga Patriótica mientras esperaba su
condena.

El 15 de febrero se convoca a una reunión entre
partes donde se plantea la necesidad de que los obreros entreguen
las armas y los rehenes tomados. Sólo después de
esta instancia se discutirían los reclamos de los
obreros.

Se organizó una asamblea que decidió, por
350 votos contra 200, entregarse al ejercito. En el grupo
minoritario se encontraban quienes habían realizado actos
inhumanos, comandados por El Toscano y El 68, los cuales
decidieron huir hacia la zona cordillerana.

El 24 de febrero se formalizaron las entregas, y en
reunión posterior entre los estancieros y la
Federación Obrera Regional se aprobó. Varela
decidió sumariar a los policías que habían
cooperado en el apaleamiento de huelguistas. Los trabajadores de
Santa Cruz habían triunfado.

Pero la solución pacifica del conflicto dejo
insatisfechos a grupos como la Sociedad Rural, los estancieros y
los ganaderos, quienes creían ridículo que no se
hubiese castigado a los obreros por haber realizado la huelga, y
que además se les otorgara una compensación por los
días no trabajados durante el paro.

Mientras los obreros pensaban nuevas reivindicaciones,
los grandes diarios de Buenos Aires seguían denunciando
hechos de vandalismo, sin hacer distinción entre
éstos y los auténticos reclamos obreros.

La oligarquía aplastó sangrientamente
estas luchas. Pero ese río de sangre
dividió las aguas de la lucha de clases en la Argentina,
creando nuevas condiciones de conciencia
revolucionaria.

Cuando los ecos de la represión de Santa Cruz
llegaban a Buenos Aires, las manifestaciones de malestar social
estaban bajando notablemente.

Las causas: los sustanciales aumentos salariales
obtenidos por muchos sectores y, sobre todo, la normalización de la economía
producida por la posguerra. Los sindicatos
anarquistas habían quedado debilitados. Se había
producido, a lo largo de los años de Yrigoyen, una
significativa nacionalización de las fuerzas del trabajo.
El gobierno radical se preocupaba de forma notable por el
mejoramiento de la situación de los trabajadores. Un
colaborador de Yrigoyen, sintetizaba así, por esos
años, la concepción del presidente: "Arrancar al
Estado de su posición indiferente u hostil frente a las
colisiones entre capital y
trabajo, y practicar un intervencionismo orgánico y
sistemático conducido por elevadas inspiraciones de humana
equidad". En los años siguientes, el número de
huelguistas llegó a ser sólo la décima parte
del que había alcanzado en la época de Yrigoyen, y
no se registró ningún movimiento de signo violento:
era el fruto de la conciliación social iniciada por el
primer presidente radical.

Los Sucesos de la
Patagonia

Los estancieros de elite, anotaban a sus hijos en
Chile, por la
cercanía, y utilizaban el idioma ingles en sus estancias,
e inclusive izaban la bandera británica; pidieron ayuda a
Hipólito Yrigoyen porque sus negocios no se
mantenían en los niveles de antes.

Los esquiladores terminaban jornadas de 16 horas con los
brazos agarrotados, mientras que los obreros trabajaban 12 horas
por día 27 días al mes.

Esta insostenible e inhumana situación
culminó en una serie de actos de tendencia anarquista,
prohibidos por el gobernador interino de Santa Cruz.

La situación de los arrieros, ovejeros, peones de
las estancias patagónicas era penosa; se trabajaban de 12
a 15 horas diarias y los salarios eran
ínfimos, y muchas veces pagados en documentos o en
moneda extranjera con fuerte deterioro al hacerlos efectivos. Los
obreros exigían a través de un pliego condiciones
como que en habitaciones de 16 m² no durmiesen más de
tres hombres; que los patrones entregaran un paquete de velas por
obrero mensualmente (la noche se extiende por 14 horas, y los
obreros debían pagar 80 centavos en las estancias paquetes
de velas que valían sólo 5 centavos); que el
día sábado no fuese laborable; que la comida fuese
digna; y que los botiquines para curar sus sarnas y erupciones
tuvieran instrucciones en castellano, pues
la mayoría se encontraba en inglés,
entre otras cosas. El pliego fue rechazado por la Sociedad Rural,
inclusive uno posterior con menores condiciones.

Las autoridades locales respondían a las
órdenes y deseos de los grandes latifundistas y
dependían de ellos más que del gobierno nacional
mismo. Había que acudir a la autodefensa y así lo
hicieron los trabajadores de aquellos territorios. En Río
Gallegos se fundó hacia 1918 una Sociedad obrera de
oficios varios, que logró instalar una pequeña
imprenta y una escuela y
publicó el
periódico 1° de Mayo.

Desde Río Gallegos fueron enviados delegados al
campo y a las estancias. Se comenzó a difundir literatura laboral para
alentar la
organización del trabajo. Más de una vez fue
clausurada la Sociedad y encarcelados sus miembros y dirigentes.
La policía prohibió el acto cuando ya estaban
hechos los preparativos y, entonces, como acto de protesta, se
declaró una huelga general por 48 horas; fue detenido el
secretario de la Sociedad y clausurado el local de la misma,
hasta que el juez letrado revocó
la decisión y dio autorización para celebrar los
actos proyectados, con lo cual se dio por terminada la huelga el
2 de octubre.

Para contrarrestar la influencia creciente de la
Sociedad obrera de Río Gallegos, se formó una Liga
de grandes comerciantes y latifundistas, la cual, con la Sociedad
rural, inició una ofensiva contra la
organización obrera; fue boicoteado el periódico
La Gaceta del Sur por haber aplaudido la actitud de los
trabajadores en la huelga de protesta de septiembre contra los
excesos de las autoridades policiales; por su parte la Sociedad
obrera declaró el boicot contra tres comerciantes de la
Liga en represalia por el boicot contra el mencionado periódico.
Se quiso entonces reunir en la comisaría a los obreros y a
los comerciantes afectados para imponer de algún modo un
arreglo. Los obreros se rehusaron a acudir a la citación
del comisario y fueron detenidos, además fueron llevados a
la cárcel y puestos a disposición del gobernador
para su deportación.

Comenzaron a llegar a Río Gallegos obreros de las
estancias respondiendo al pedido de solidaridad de la
Sociedad obrera. Y en oportunidad de hallarse reunidos en buen
número se confeccionó un pliego de condiciones para
reanudar el trabajo, y
fue presentado a los estancieros de la zona. Se atravesaba una
grave crisis en la comercialización de la lana y los
dueños de los latifundios rehusaron la admisión de
las condiciones reclamadas por sus peones.

Las reivindicaciones eran mínimas, de higiene, de
comida de descanso, etc. Se pedía un sueldo mínimo
de cien pesos por mes y comida, doce pesos por día para
los peones mensuales que tuvieran que conducir arreos fuera del
establecimiento; y los arreadores no mensuales cobrarían
veinte pesos por día si utilizaban caballos
propios.

Los estancieros se obligarían a poner en cada
puesto un ovejero o más, según la importancia del
mismo, dándose preferencia para estos cargos a los que
tuviesen familia, a los
cuales se les darían ciertas ventajas según el
número de hijos, "creyendo en esta forma fomentar el
aumento de la población y el engrandecimiento del
país". Los estancieros reconocerían también
a la Sociedad obrera de Río Gallegos como única
entidad representativa de los obreros, y aceptarían la
designación de un delegado que serviría de
intermediario en las relaciones entre las partes y estaría
autorizado para resolver con carácter
provisional las cuestiones de urgencia que afectasen tanto a los
derechos de los
obreros como de los patrones.

No eran reclamos susceptibles de quebrantar el orden y
la economía del país. Reacios los estancieros a
escuchar esas peticiones, la huelga se hizo general en toda Santa
Cruz y en Chubut.

Un sentimiento de solidaridad
animó a los olvidados trabajadores de la
Patagonia.

La Sociedad obrera fue siempre responsable y
respondió a la fuerza con la fuerza.

Atemorizados los obreros de la zona del Lago Argentino
por los agravios policiales, resolvieron agruparse y ponerse en
marcha para buscar amparo en
Río Gallegos. En el paraje denominado El Cerrito fueron
tomados entre dos fuegos por la policía que les
seguía desde Lago Argentino y la que salió a su
encuentro desde Río Gallegos; los que tenían armas
respondieron a la agresión y hubo muertos y heridos por
ambas partes. Hechos de esa naturaleza
alentaron la campaña que se venía haciendo desde
hacía meses por la gran prensa del país que llenaba
páginas diariamente sobre los " bandoleros del
sur".

La Sociedad obrera lanzó un manifiesto en el que
se decía: "Llamamos nuevamente la atención a los hombres públicos del
país para que, hiriendo con la flecha envenenada a los
que, investidos de autoridad,
atropellan a los trabajadores, procedan al castigo de los
gobernantes del territorio, únicos culpables de los
sucesos ocurridos". La prensa, que acogía todas las
calumnias contra la huelga, no consideró acto de justicia
escuchar esas voces. Los huelguistas comprendieron que no
tenían más defensa que la que pudiesen articular
ellos mismos. Se armaron como pudieron, se apoderaron de
empleados policiales y los retuvieron como rehenes hasta la
solución del conflicto.

Fue entonces cuando el presidente Yrigoyen
resolvió enviar al coronel Héctor Benigno Varela en
enero de 1921 a la Patagonia con fuerzas de caballería y
marinería.

La Sociedad obrera de Río Gallegos publicó
manifiestos que muestran la confianza con que eran recibidas las
tropas nacionales; el 16 de enero decía en un manifiesto
al pueblo y a los trabajadores: "La llegada de fuerzas del
ejército y de la armada nos devuelve la tranquilidad y las
garantías que los atropellos de la policía nos
habían quitado. Hoy estamos seguros de que
nuestros derechos de
ciudadanos han de ser respetados por la presencia de estas
fuerzas, y por consiguiente hemos de mantener el paro decretado
con más energía que hasta la fecha. No importa que
algunos patrones, confiados equivocadamente esta vez en que el
ejército nacional se ha opongan incondicionalmente al
servicio del capitalismo,
coincidiendo con la llegada de éste, despedir a sus
empleados y obreros; estos patrones sufren un gran error, porque
la presencia de los elementos militares que hacen un culto del
honor y de la verdad, serán el mejor contralor de la
conciencia y
educación
de los obreros de Río Gallegos y del respeto que
siempre han guardado a la Constitución y las Leyes". .
.

Denunciaba también cómo el gobernador de
Santa Cruz, Edelmiro A. Correa Falcón, secretario gerente de la
Sociedad rural de Río Gallegos, mientras que por un lado
prohibió toda reunión pública y el
tránsito por las calles después de las nueve de la
noche, convocaba a los estancieros del territorio a una
reunión para concertar la acción futura.

El 3 de diciembre de 1920 Yrigoyen nombró a Oscar
Schweizer jefe de policía del territorio de Santa Cruz y a
mediados de febrero del mismo año llegó el nuevo
gobernador, Ignacio A. Izza, capitán de ingenieros
retirado. Desembarcó la tropa del Teniente Coronel Varela
del transporte
"Guardia Nacional" en Puerto Santa Cruz, pero al advertir que el
eje del movimiento era Río Gallegos, se trasladó a
esa ciudad. El nuevo gobernador comunicó a Varela que la
solución debía ser pacífica y que
debía tener presente tanto los derechos de los patrones
como los de los huelguistas. El jefe militar propuso entonces a
los huelguistas una entrevista en
una estancia, a igual distancia de El Campamento, donde estaban
concentrados los huelguistas, y de La Vanguardia.

Varela e Izza llegaron a la estancia sin ser
acompañados, esta entrevista se
realizó el 15 de febrero.

Se impuso a los obreros estas condiciones:
deposición de las armas, entrega de los rehenes, la
justicia
entendería en las responsabilidades por los hechos de
sangre
ocurridos.

Aceptadas esas condiciones se entró a discutir la
forma en que se haría la reanudación del trabajo.
Los delegados de El Campamento fueron a dar cuenta a sus
compañeros de las proposiciones ofrecidas. La gran
mayoría, unos 550 huelguistas, votaron a favor, y una
minoría, con cierta desconfianza, optó por alejarse
hacia la cordillera.

En la segunda entrevista, de regreso los delegados de El
Campamento, fue acatada la rendición incondicional, la
entrega de los rehenes y heridos y luego las armas. No hubo,
pues, la represión sangrienta que esperaba la Sociedad
rural. El gobernador Izza denunció que los peones
habían sido pagados con vales, en moneda chilena o con
cheques a
plazo y señaló la importancia que tenía para
los hombres que vivían exclusivamente de su salario que se
les pagase en moneda nacional y de inmediato; también
habló de los galpones en donde se alojaban las peonadas
como "pocilgas inmundas".

Entre los huelguistas cundió la alegría
por el reconocimiento que habían logrado después de
tantos afanes, pero entre algunos oficiales hubo descontento por
la inacción, ellos habrían preferido una
operación brutal e indiscriminada.

Antes de que las tropas retornasen a Buenos Aires, tuvo
lugar una asamblea que reunió a todos los hacendados, con
la presencia del gobernador Izza.

Convenio propuesto por los estancieros a sus
obreros

"Primero: Los suscriptos se obligan dentro de
términos prudenciales que las circunstancias locales y
regionales impongan, a las siguientes condiciones de mejoramiento
económico y de higiene:

"a.- Las habitaciones de los obreros serán
amplias y ventiladas reuniendo las mayores condiciones de higiene
posibles; en cuanto a las cabinas, se entiende que éstas
serán de madera con
colchones de lana;

"b.- La luz de la sala
común será por cuenta del patrón y
también el fuego durante los meses de invierno;

"C.- Además del domingo, los obreros
tendrán libre medio día en la semana;

"D.- La comida será sana, abundante y
variada;

"e.- Cada estancia tendrá un botiquín de
auxilio con sus instrucciones en idioma nacional;

"Segundo:

"a.- Los patrones se obligan a pagar a sus obreros un
sueldo mínimo de cien pesos moneda nacional, alojamiento y
comida, no rebajando ninguno de los sueldos que excedan
actualmente esa suma;

"b.- Cuando el número de los obreros sea de 15 a
25, se pondrá un ayudante de cocina, y dos cuando el
número de obreros sea de 25 a 40; excediendo de 40 obreros
se pondrá un panadero;

"C.- Los ovejeros mensuales que tengan que conducir
arreos de hacienda fuera de las respectivas estancias
cobrarán 12 pesos moneda nacional diarios
independientemente de sus sueldos y mientras conduzca el
arreo;

"D.- Los campañistas mensuales percibirán
20 pesos moneda nacional por cada potro de amanse, fuera del
sueldo que tuvieran asignado los carreteros percibirán la
misma cantidad por cada novillo en las mismas
condiciones.

"Cuarto:

"Los patrones se obligan y de hecho reconocen a las
sociedades
obreras legalmente constituidas: entiéndase que
deberán gozar de personería jurídica. Los
obreros podrán o no pertenecer a esas asociaciones pues
sólo se tendrá en cuenta la buena conducta de cada
uno.

"Quinto:

"Los obreros se obligan por su parte a levantar el paro
actual de campo, volviendo al trabajo en sus respectivas faenas
inmediatamente después de firmar este convenio.

"Río Gallegos, 30 de enero de 1921" .

Este pliego fue firmado por todos los poderosos
latifundistas del sur de Santa Cruz. La lectura de
este pliego presentado por los estancieros dice de por sí
el triunfo de la lucha de los obreros de campo. En ningún
lugar del país se había logrado un convenio
así. Esto había sido mérito de un par de
extranjeros y argentinos con ideas anarcosindicalistas. Pero las
circunstancias iban a dejar en la nada todo esto, y este pliego
de condiciones se iba a transformar meses después en
escrita sentencia de muerte para
los que habían osado levantarse.

Las tropas regresaron a Buenos Aires en mayo
de 1921.

Apenas abandonaron las tropas el sur patagónico,
fortalecido el movimiento obrero por los acontecimientos y su
desenlace, comenzó la reacción patronal en los
puertos del sur y en las estancias del interior. La
policía fue reforzada por "guardias blancos" armados,
surgidos del pedido de Manuel Carlés desde la Liga
Patriótica, obraba con perfecta autonomía de las
autoridades nacionales. Una manifestación obrera en
Río Gallegos fue atacada de improviso dejando un muerto y
cuatro heridos como saldo. Los puertos de Deseado, Santa Cruz,
San Julián y Río Gallegos quedaron paralizados en
agosto por una huelga general. En conocimiento
de esos hechos, algunos peones de las estancias propiciaron una
huelga revolucionaria en todo el territorio. La represión
en los puertos, las deportaciones de obreros a Buenos Aires, el
encarcelamiento de militantes crearon un clima de
intranquilidad y de protesta y al fin se planeó una huelga
general. Se inició el paro en las estancias, se tomaron
rehenes, cundió el pánico en el territorio y se
reclamó ayuda al gobierno para hacer frente al peligro que
representaban las nuevas tácticas empleadas por los
obreros. Los embajadores de Gran Bretaña y Estados Unidos
presionaron al gobierno para que tomase medidas en defensa de los
intereses de sus connacionales en el sur.

Estos últimos sucesos ocurrieron porque el
precio de la
lana bajó verticalmente a fines de 1921, y las empresas se
encontraron con un gran stock almacenado y la siguiente esquila
casi encima. Para evitarla, provocaron ellas mismas un alzamiento
obrero, haciendo detener a algunos dirigentes sindicales y
enviando agentes que consiguieron levantar nuevamente las armas a
los trabajadores previa formación de sus "guardias
blancas". Los obreros organizaron un verdadero ejército y
ocuparon varias estancias con la misma moderación que en
la anterior oportunidad: se hacían firmar recibos por las
reses que consumían y por los productos de
almacén
que tomaban. Un establecimiento incendiado, se supo
posteriormente que lo había sido por su dueño, un
inglés
llamado Paterson, para cobrar un gran seguro.

Muchos pequeños propietarios se adhirieron a la
huelga por considerarla justa. Más tarde se
enviaría a Varela a reprimir con crueldad.

Resolvió Yrigoyen, entonces, el envío de
tropas de caballería al sur, toda una expedición
militar dividida en dos cuerpos; uno con el Teniente Coronel
Varela, jefe de la expedición, con los capitanes Pedro
Viñas Ibarra y Pedro E. Campos, y la otra a las
órdenes del capitán Elbio C. Anaya. Fue agregada a
esa tropa un cuerpo de gendarmería. Las fuerzas embarcaron
el 4 de noviembre de 1921. Un informe militar
de Anaya define así la diferencia entre la primera y la
segunda expedición de Varela: "Los acontecimientos de
principios de
1921 pueden titularse campaña pacífica de la
Patagonia en contraposición con la de fines de 1921-22 que
llamaré campaña militar sangrienta".

En el transcurso del viaje de las tropas se produjeron
hechos de sangre en la estancia Bremen, cuyo dueño era
alemán. Cuando se acercaba un grupo de diez
peones a pedir víveres, éstos fueron recibido a
tiros por el dueño y sus parientes, quedando como saldo
dos muertos y cuatro heridos.

Los huelguistas tomaron rehenes como protección y
los estancieros huyeron hacia los puertos de la costa e hicieron
relatos espeluznantes sobre los arrebatos de los peones. El
Teniente Coronel Varela escuchó esos relatos y
consideró que la huelga era una insurrección armada
y que en ese caso era aplicable la Ley Marcial. Dio a sus hombres
un bando dirigido a los obreros con instrucciones
precisas:

"Si ustedes aceptan someterse incondicionalmente en este
momento haciéndome entrega de los prisioneros, de todas
las caballadas que tengan en su poder presentándoseme con
sus armas, les daré toda clase de garantías para
ustedes y sus familias, comprometiéndome a hacerles
justicia en las reclamaciones que tuvieran que hacer contra las
autoridades como asimismo a arreglar la situación de vida
para en delante de todos los trabajadores en general. Si dentro
de 24 horas de recibida por ustedes la presente comunicación no recibo contestación
de que ustedes aceptan el rendimiento incondicional de todos los
huelguistas levantados en armas en el territorio de Santa Cruz,
procederé:

"Primero: A someterlos por la fuerza ordenando a los
oficiales del ejército que mandan las tropas a mis
órdenes que los consideren como enemigos del país
en que viven;

"Segundo: Hacerlos responsables de la vida de cada una
de las personas que en este momento mantienen ustedes por la
fuerza, en forma de prisioneros, así como también
de las desgracias que pudieran ocurrir en la población que
ustedes ocupan y las que ocuparen en lo sucesivo;

"Tercero: Toda persona que se
encuentre con armas en la mano y no cuente con una
autorización escrita, firmada por el suscripto,
será castigada severamente;

"Cuarto: El que dispare un tiro contra las tropas
será fusilado donde se lo encuentre;

"Quinto: Si para someterlos se hace necesario el
empleo de las
armas por parte de las tropas, prevéngales que de una vez
iniciado el combate no habrá parlamento ni
suspensión de hostilidades."

Varela dictó ese bando por su cuenta y lo
firmó, poniendo al territorio de Santa Cruz en pie de
guerra. De
parte de Yrigoyen, del ministro del interior y del ministro de la
guerra no recibió instrucciones precisas; solamente
debía cumplir con su deber, pacificar los territorios del
sur, confiando en su condición de activo radical, uno de
los comprometidos en la revolución
de 1905.

Se aplicó el bando con todo rigor; pero hay que
consignar que en la campaña contra los "bandoleros del
sur" no hubo muertos ni heridos de las tropas, y eso que se
trataba de una pequeña minoría frente a los
millares de obreros en huelga. Hubo un primer encuentro en Punta
Alta, y allí se rescataron 14 rehenes.

El 22 de noviembre hizo imprimir Varela un nuevo bando,
en el que dice que: "Se pasará por las armas a quienes no
se entregaren a la primera intimación de las fuerzas
militares o fueren sorprendidos por éstas con armas en la
mano en actitud de
resistir".

Cientos de obreros fueron detenidos, apaleados y
recluidos en dantescos depósitos, sin la menor forma de
proceso. De
ellos se escogía a quienes señalaban los
representantes de las empresas, y se
los llevaba al campo para fusilarlos. A algunos se les
hacía cavar su propia fosa y luego se incineraban los
cadáveres.

Muchos que no aprobaron aquellos métodos
para resolver conflictos
laborales callaron, guardaron silencio, pero eso no
impidió que en todo el país cundiese una sentencia
condenatoria, también en los círculos radicales, y
en las esferas gubernativas.

Varela regresó a Buenos Aires, dejando 200
hombres al mando de Anaya y Viñas Ibarra; el ministro de
la guerra lo recibió fríamente y el Congreso se
levantaron voces acusadoras, una de ellas la de Antonio Di
Tomaso:

Félix Luna expresó en su biografía del jefe
del radicalismo que Yrigoyen no supo con certeza lo que
pasó en Santa Cruz.

El ministro de relaciones exteriores, para contribuir
por su parte a la solución de las tensiones sociales,
inició negociaciones con Uruguay,
Chile, Brasil y Paraguay a fin de
concretar un tratado que permitiese seleccionar la inmigración tendiente a evitar de ese modo
la entrada de elementos perturbadores e indeseables, a los que se
atribuían todos los conflictos de
trabajo. Este tratado quedó olvidado por falta de apoyo en
los países que habría debido firmarlo; no obstante,
el gobierno nacional adoptó medidas para evitar la entrada
de los llamados "extranjeros peligrosos".

El Fin de una Interminable
Batalla

Las empresas, que dirigieron todo, aprovecharon para
liquidar de esta suerte a peones y pequeños propietarios a
quienes debían dinero o cuyos
campos deseaban. Además, abultaban los recibos firmados
por los obreros para hacerse pagar por la Nación
los supuestos daños causados por la huelga. Fue, en todo
sentido, un episodio digno de "conquista y pacificación"
de la Patagonia realizadas por las grandes empresas explotadoras
a fuerza de látigo, y que dio a este pedazo de tierra
argentina la triste denominación de "Patagonia
Trágica".

Todo tuvo un desenlace sombrío como el episodio
es sí. Dos años después de los sucesos, el
Teniente Coronel Varela fue muerto por el hermano de uno de los
fusilados en el Cañadón de la Yegua Quemada, Kurt
Gustav Wilckens, que declaró haberlo hecho para vengar a
sus compañeros asesinados. Estando bajo proceso, el
centinela de vista que le adjudicaron una noche, lo despierta, le
encañona el revólver por la mirilla del calabozo y
lo mata a sangre fría; este oficial resultó ser un
enfermo mental que, siendo policía, había sufrido
heridas en uno de los encuentros sostenidos en Santa Cruz contra
los huelguistas.

El asesino del hombre que
había matado al Teniente Coronel Varela fue recluido en un
manicomio, y allí, a su vez, fue muerto por un antiguo
huelguista patagónico que se hizo pasar por demente para
ser internado en el instituto y llevar hasta allí la roja
cadena de revanchas.

Yrigoyen nunca supo con certeza lo que pasó en
Santa Cruz. Cuando el Dr. Viñas lo entrevistó para
relatarle los horrores cometidos y pedirle que se procesara a los
responsables, Yrigoyen no quiso hacerlo; dijo que una medida
semejante acarrearía el desprestigio de las fuerzas
armadas, y que la fe del pueblo en las instituciones
debía salvarse aún a costa de la impunidad de
algunos culpables. Sería injusto pensar que no
castigó a los responsables porque le fueron indiferentes
los desmanes cometidos: muchas veces demostró el valor supremo
que le asignaba a la vida humana. Lo único cierto es que
él no autorizó las barbaridades que se perpetraron;
pero tampoco hizo nada para castigar a los culpables.

Conclusión

Fue durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen que
se masacraron obreros en la llamada Patagonia Rebelde, en
alusión a las huelgas desatadas por los grandes stocks de
lana acumulados al terminar la Primera Guerra Mundial
por falta de compradores. La violencia de
clase fue la respuesta empleada durante la gestión
de éste contra la movilización obrera. Los pedidos
de esclarecimiento abortaron frente a la actitud de la banca radical en
el Parlamento, que impuso su mayoría contra la
conformación de una comisión
investigadora.

En la impresionante huelga que tuvo lugar en Santa Cruz,
las masas enfrentaron la represión de las fuerzas
oligárquicas con un elevado grado de violencia, dejando
enseñanzas que aún hoy tienen vigencia. Sin embargo
tanto el Partido Socialista como el Partido Comunista le dieron
la espalda a la lucha violenta del proletariado. El Partido
Socialista por oponerse, el Partido Comunista por ignorarlas.
Desde nuestro punto de vista los hechos mostraron hasta
dónde podía llegar el movimiento obrero encabezado
y dirigido por los sectores más avanzados del anarquismo.
Estos, por sus concepciones dejaron librado a la lucha
espontánea de las masas la destrucción del Estado
oligárquico. Carecieron de una línea que hiciera
posible el avance de la lucha revolucionaria en la
Argentina.

Sobre las huelgas de
la Patagonia debe decirse que:

a.- Constituyeron una prueba como primer gran movimiento
revolucionario. Este primer boceto mostró que el
proletariado tenía fuerza y capacidad (aun en las
condiciones descriptas) para hegemonizar al conjunto del pueblo y
hacer temblar las clases dominantes.

b.- Sin embargo, hubo errores que facilitaron el
aislamiento del proletariado y su represión
sangrienta:

O la falta de una comprensión de la
cuestión nacional en un país dependiente
facilitó que la oligarquía y el gobierno
instrumentaran falsas banderas patrióticas para dividir al
movimiento y aplastar las luchas.

Las concepciones espontaneístas del anarquismo
impidieron la existencia de un plan y de la
preparación militar que posibilitara al proletariado y las
masas populares crear una situación revolucionaria
directa.

El Partido Comunista, con su profunda desconfianza en el
potencial revolucionario del proletariado argentino, no hizo
autocrítica sobre sus posiciones ni extrajo
enseñanzas correctas de estas impresionantes luchas. Por
lo tanto, no pudo desarrollar una línea de
hegemonía proletaria ni afirmar el camino armado para el
triunfo de la revolución en la Argentina.

La actitud del yrigoyenismo grafica el doble
carácter de la burguesía nacional, que por un lado
forcejea y por el otro concilia con el imperialismo y
la oligarquía terrateniente. Y si bien hace concesiones al
movimiento obrero y popular, para tratar de mantenerlo bajo su
protección, temerosa del desborde, reprime violentamente
las luchas que se salen de su control.

La experiencia del yrigoyenismo en el gobierno
mostró, en definitiva, el fracaso del camino reformista
para resolver las tareas agrarias y antiimperialistas. Su
conciliación, particularmente con los grandes
terratenientes ganaderos, facilitó la recuperación
de posiciones por parte de la oligarquía y el imperialismo,
que pasaron a predominar abiertamente con el gobierno de
Alvear.

La muerte del
coronel Varela fue un atentado individual llevado a cabo por el
obrero anarquista Kurt Gustav Wilckens en 1923.

Osvaldo Bayer rescata la acción de Wilckens como
justa reacción frente a la injusticia y la impotencia.
Mempo Giardinelli, por el contrario, rememora que: "En 1922
gobernaba Hipólito Yrigoyen. Por lo tanto, Wilckens no
ejerció ningún derecho de matar al tirano. (…) Y
sin embargo, cuando Wilckens asesinó a Varela, no
mató al tirano: si no que comenzó a matar a nuestra
imperfecta democracia".

 

 

 

Pato

 

 

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